Nuevamente llega el 12 de
Octubre, día que en las últimas décadas ha dejado de ser un motivo de orgullo,
de real integración y conciencia de nuestra cultura común entre los pueblos
hispanos. En Hispanoamérica, la ideologización, la reinterpretación interesada
de la historia con fines políticos y una reafirmación identitaria las más de
las veces pobremente argumentada, han separado aun más a los pueblos que
conformamos este particular espacio civilizatorio dentro del marco de la
civilización occidental. Somos quizá el área geográfica más rica, diversa y
tristemente dividida de Occidente.
No deja de ser paradójico que
quienes más llenan su discurso de palabras como “la Patria Grande”, sean
quienes menos aprecien una realidad indiscutible: la identidad común que nace
de 300 años de historia compartida, y 500 desde que empezó la andadura de
nuestro Nuevo Mundo, nuevo porque sobre la base de las diversas civilizaciones
indoamericanas se prodigó el fundente civilizatorio occidental, mediterráneo y
español, sin el cual jamás habríamos llegado a ser lo que hoy somos:
hispanoamericanos, más allá de que a algunos guste o disguste, que unos lancen
loas y otros lo aborrezcan.
La historia nos enseña que un
proceso así, donde dos civilizaciones se encuentran, jamás ha sido equitativo
ni simétrico: hubo mucho que lamentar, sí; pero poco reparamos en aquello que
nos debería enorgullecer: una lengua común; una cultura común con preciosas
variantes regionales y de país a país; una historia con hitos gloriosos poco
conocidos (la derrota de la mayor armada jamás reunida hasta ese momento,
británica, durante el asedio de Cartagena de Indias, en 1741); y un largo
etcétera. La verdadera integración no empieza por acuerdos comerciales, cumbres
presidenciales o rechazo consensuado a las políticas de uno u otro país:
empieza cuando se desechan los chauvinismos parroquianos, los nacionalismos
armados desde el Estado y la urgencia política de justificar la codicia de las
élites de nuestros países en el siglo XIX a través de la historia oficial. Empieza
cuando dejamos de ver cada uno un árbol y vemos el bosque en el cual
Hispanoamérica cobra sentido.
Leamos un fragmento de las
palabras de quien por muchos es considerado el ecuatoriano más ilustre, el
General Eloy Alfaro, pronunciadas durante su breve pero iluminado discurso del
10 de agosto de 1906, día de la inauguración del monumento a la independencia,
que hoy adorna el centro de la Playa Mayor de Quito, la Plaza Grande:
[…] La festividad que aquí nos ha
reunido, es, no solo un testimonio de gratitud y admiración a los Mártires del
10 de agosto, sino una verdadera renovación del día más glorioso de nuestra
historia; de ese día en que, proclamada la libertad de un mundo se complemento
[sic] la obra gigantesca de Colón abriéndole nuevos y vastísimos horizontes a
la humanidad.
Terminada la magna lucha
prevalecieron los sentimientos de fraternidad entre peninsulares y
latinoamericanos: y el Ecuador fue la primera de las naciones emancipadas que,
movida de filial afecto busco [sic] la reconciliación con la madre patria. Ni de esta, ni de nuestros padres la culpa
del formidable duelo que dio por resultado la independencia: España siguió
la senda del extraño derecho de gentes de aquella época; y la América, sin
tiempo, llegado el momento de su emancipación, resolvió conquistarla con la
espada. Cada cual luchó por sus ideales;
y el triunfo y la gloria de los americanos, probaron al mundo que eran también
dignos hijos de la heroica madre de los Cides y de los Velardes. España nos dio
cuanto podía darnos, su civilización; y, apagada ya la tea de la discordia, hoy
día, sus glorias son nuestras glorias, y las más brillantes páginas de nuestra
historia, pertenecen a la historia española.
Años después, el ilustre quiteño
Don Luciano Andrade Marín, en su obra La
lagartija que abrió la calle Mejía, escribiría estas palabras acerca del
antedicho discurso pronunciado por Alfaro:
El general Eloy Alfaro, empero que
casi nunca pronunciaba discursos, en esta vez, de su corto discurso dijo estas
preciosas palabras que nunca antes habían oído nuestros chauvinistas del patrioterismo.
Como parte del acto de
inauguración del monumento a la independencia, del cual se ha rescatado el
discurso de Alfaro, otro quiteño de cepa, Don Manuel María Sánchez, leyó su
poema Ofrenda a España, en el cual
dice:
La América, tu América sentía,
de tu arrojo heredera,
Aquellas rebeldías singulares
que hicieron inmortal
la audacia ibera.
Y ya núbil y fuerte
Y libre ya.
Podía en su suelo formar nuevos
hogares,
Disponer; a capricho,
De su suerte.
Algo esencial hemos perdido en el
camino, del pensamiento de estos ecuatorianos que nos precedieron, que más allá
de la separación política, tenían claro el ideal de la identidad común. Lástima
que su potencial siga siendo eso, el potencial de una región que aun no
despierta del separatismo.
Espero que esto llame a la
reflexión y a la memoria.
¡Feliz día de la Hispanidad!
Notas:
Las palabras de D. Eloy Alfaro,
D. Luciano Andrade Marín y D. Manuel María Sánchez, las he tomado de:
-
Ortiz
Crespo, Alfonso y otros (2006), Nuestro
día Sol: una mirada al Monumento de la Independencia en sus cien años,
Quito, FONSAL / Alcaldía Metropolitana de Quito.
Este texto y en particular, las
palabras de Alfaro, me fueron revelados años atrás por mi esposa, María
Gabriela Arteaga Vizcarra, durante la redacción de su tesis de Maestría. Mi
gratitud a ella por este venturoso hallazgo.
Eduardo Daniel Crespo
Cuesta
Quito, 11 de octubre de
2012
Que nostálgicos estos hispanistas, joder!
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