En un día como hoy, hace un año, nació este blog con el firme propósito de rescatar el acervo hispánico como parte esencial de la identidad plurinacional del Ecuador. Hoy, un año después, vemos las visitas crecer y esperamos que cada entrada en el blog sirva a nuestro propósito. Aun falta mucho por publicar, por discutir, por crear... y esperamos que más personas vayan sumando a este proyecto.
El haberlo creado en un día como hoy, no es una casualidad, ya que es el aniversario del otorgamiento del título de "Muy Noble y Muy Leal" a la ciudad de Quito, otorgado por el emperador Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico, rey Carlos I de España. Así que amigos, hoy, festejemos a Quito, recordando esta fecha, parte de nuestra identidad. Y regalemos un geranio, la flor de Quito, esa flor que, traída desde España, se adaptó magníficamente a estas tierras, bella metáfora de la España que enraizó en América.
Y para finalizar, les dejo el texto y una foto de la conferencia que, con motivo del 457 aniversario de tan insigne fecha, leí el día 7 del presente mes en el Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica - IECH. Para ver el texto de las otras dos conferencias ofrecidas durante ese acto académico, por mis amigos y colegas Francisco Núñez y Álvaro Mejía, además de fotos adicionales, les recomiendo visitar el blog del Instituto:
http://institutoecuatorianodeculturahispanica.wordpress.com/
¡Feliz día, quiteños y quitenses!
Quito, la Muy Noble y
Muy Leal: expresión y significado en el contexto de la Monarquía Hispánica
Expositor: Eduardo Daniel Crespo Cuesta.
Institución: Instituto Ecuatoriano de Cultura
Hispánica / Universidad de Los Hemisferios.
Fecha: 7 de febrero de 2013.
Tiempo: 15 minutos.
Soporte audiovisual: No.
Muy buenas noches con todos. Es para
mí un honor, al igual que para mis compañeros aquí presentes, exponer ante tan
digno auditorio y con la venia del Presidente del Instituto Ecuatoriano de
Cultura Hispánica, Maestro Hernán Tamayo, algunas reflexiones acerca del 457
aniversario del otorgamiento del título de “Muy Noble y Muy Leal” a la ciudad
de San Francisco de Quito.
Es menester empezar por decir que,
desde el momento de su fundación española, y a lo largo del siglo XVI, Quito
alcanzará una posición destacada dentro del marco universal del Imperio español,
propiamente, la llamada Monarquía Hispánica. Fue fundada como villa, mediante
acta el 28 de agosto de 1534, por el Adelantado Diego de Almagro, y su primer
Cabildo se instaló el 6 de diciembre del mismo año, en su lugar de asentamiento
definitivo, por parte del Capitán Sebastián de Benalcázar, cuya imagen preside
esta corrala en la cual hoy nos encontramos.
204 españoles fueron sus primeros
vecinos, y con el Cabildo se instaura la primera institución de origen
occidental hispano en estas tierras. La villa creció con rapidez, y para 1541
el rey Carlos I de España, a su vez emperador Carlos V del Sacro Imperio Romano
Germánico, el monarca más poderoso del siglo XVI, le concedió el título de
ciudad y los privilegios propios a dicho rango, mediante Real Cédula. De igual
manera, se concedió en la misma fecha Escudo de Armas a la ciudad, a petición
de su procurador, Pedro de Valverde, blasón que luce orgullosa como símbolo
identitario hasta el día de hoy.
La floreciente ciudad se vio
envuelta, poco tiempo después, en los terribles enfrentamientos provocados por
la rebelión de Gonzalo Pizarro, quien de esta manera rechazó la aplicación de
las Leyes Nuevas de 1542, que en su
espíritu de protección a los indígenas, limitaban severamente el poder de los
encomenderos. La llamada Guerra de Quito
marcó un punto de no retorno para los rebeldes pizarristas: en las afueras de
la ciudad, al norte de la misma, se enfrentaron en la batalla de Iñaquito o
Añaquito, el 18 de enero de 1546, las fuerzas rebeldes de Gonzalo Pizarro con
las del virrey Blasco Núñez Vela. Los leales al rey sufrieron terribles bajas,
muriendo alrededor de 300 hombres de un total de 400; el Capitán Benalcázar
también se contó entre los heridos del bando real. El virrey, herido de muerte,
fue decapitado en el mismo campo de batalla, y su cabeza, clavada en una pica,
fue expuesta en la plaza mayor de la ciudad. Tal acción fue rechazada de manera
general por los quiteños, y los restos del desgraciado virrey, cabeza y cuerpo,
fueron reunidos y se les dio sepultura en la iglesia mayor, antecesora de la
actual catedral, para ser posteriormente trasladados a Ávila, España, su lugar
de nacimiento. Así terminó la vida del primer virrey del Perú, en cruenta
batalla peleada en estas tierras, conflagración hoy casi olvidada de nuestra
historia.
Gonzalo Pizarro fue finalmente
derrotado en la batalla de Jaquijahuana, dos años después, por el Pacificador
Pedro de la Gasca. Muerto el rebelde, hubo tiempo para honrar y agradecer a
quienes supieron mantener la lealtad al rey. Así, mediante Real Cédula del 14
de febrero de 1556, en uno de sus últimos actos como gobernante, Su Cesárea y Católica Majestad, el
emperador Carlos V, a petición de Francisco Bernaldo de Quiros, concedió a la
ciudad de San Francisco de Quito el título de Muy Noble y Muy Leal, digno reconocimiento a los esfuerzos y
lealtad de los quiteños durante las Guerras
Civiles que asolaron al Virreinato del Perú.
Dice la Real Cédula:
Por cuanto, Francisco Bernaldo de
Quiros, en nombre de la Ciudad de San Francisco del Quito de las provincias del
Perú nos ha hecho relación que bien sabiamos [sic] y nos eran notorios los
muchos y grandes y leales servicios que dicha ciudad nos había siempre hecho y
hacia, [sic] á cuya causa los vecinos y moradores de ella están muy necesitados
por nos haber servido en todas las alteraciones que en las dichas provincias
había habido más aventajosamente que ninguna de las Ciudades de las dichas
provincias, y me suplicó en el dicho nombre que porque de los servicios de la
dicha Ciudad quedase perpetua memoria, pues que nos teníamos por servidos de su
lealtad y limpieza diesemos [sic] á la dicha Ciudad título y nombre de Muy
Noble y Muy Leal. (Traversari, 2007).
Menciona al respecto Federico
González Suárez, en su Historia General
de la República del Ecuador:
En 1556, después de pacificado el Perú
por La Gasca, el mismo Emperador honró á la ciudad de Quito, condecorándola con
los títulos de muy noble y muy leal:
concedióle además estandarte real, con autorización para que lo sacase en
público cualquiera de los miembros del Cabildo, el día que el mismo Cabildo
eligiese. El Cabildo eligió el día de la Pascua del Espíritu Santo, en memoria
de ser ése el día del aniversario del pronunciamiento que hizo Quito, alzando
bandera por el Rey contra Gonzalo Pizarro. (González
Suárez, 1969, pág. 1261).
En un tono más festivo, y también nostálgico,
Pedro Pablo Traversari indica que:
El pueblo de Quito, en gran regocijo y
estimulado por el reconocimiento que se hacía a sus virtudes, celebraron [sic] entonces
tan fausto acontecimiento paseando por toda la Ciudad las Insignias Reales con
el estandarte donde se ostentaba el Escudo de Armas y el Emblema concedido.
De la fiesta que tuvo lugar con este
motivo, ha quedado sólo un tradicional recuerdo. (Traversari,
2007).
La fecha elegida por el Cabildo,
Pascua del Espíritu Santo, o Pentecostés, es una fecha móvil del calendario
litúrgico, celebrada entre mayo y junio. ¿Qué ha quedado de tal concesión y la
celebración popular consiguiente? ¿Qué ha pasado con el tradicional recuerdo
mencionado por Traversari, hoy relegado en el olvido? Más allá del
reconocimiento, y su olvido de la memoria histórica de la ciudad (que dicho sea
de paso, fue tibiamente recuperado en la administración de Paco Moncayo), esto
permite reflexionar sobre el papel que tempranamente iba a tener la ciudad de
Quito en el contexto del naciente Imperio español, y su grado de integración y
consolidación dentro de la estructura política, social y cultural del mismo.
En función de lo anterior, es
menester recordar que en 1545 se creó la diócesis de Quito, aunque su primer
obispo, el bachiller García Díaz Arias, tomó posesión de su cargo unos años
después; y que para 1563 se creó la Real Audiencia, haciendo de la joven ciudad,
con menos de 30 años de fundación, la cabeza de la misma. De villa a ciudad,
ennoblecida con blasón y lema, capital de Real Audiencia. ¿Qué se puede colegir de todo esto? El cronista de
Indias Pedro Cieza de León, que recorrió gran parte de la Sudamérica española a
mediados del siglo XVI y dejó una extensa obra, prolija en detalles, la enorme
y vital Crónica del Perú, indica al
finalizar su descripción de la ciudad de Quito que
Detenido me he en contar las
particularidades de Quito más de lo que suelo en las ciudades de que tengo
escrito en lo de atrás, y esto ha sido porque (como algunas veces he dicho)
esta ciudad es la primera población del Perú por aquella parte, y por ser
siempre muy estimada, y ahora en este tiempo todavía es de lo bueno del Perú. (Cieza de
León, 1988, pág. 111).
Títulos y concesiones, su capitalidad
jurídica y eclesial en el norte del virreinato del Perú, evidencian la
importancia que adquirió la ciudad en el marco administrativo imperial español
y la relación fundamental entre poblar y conquistar que será característica de
la expansión española en América. Para 1580, se habían fundado 225 villas y
ciudades, que albergaban una población española de 150.000 personas[i],
según señala Nicolás Sánchez-Albornoz.
Como menciono en mi trabajo Continuidades medievales en la conquista de América,
La explosión urbanística va de la mano
con el descubrimiento y la conquista, en perfecta concordancia con la
mentalidad medieval española de la época: los conquistadores son pobladores, y
si previamente Reconquista y repoblación habían sido dos caras de un mismo
proceso, ahora las Indias ofrecían un nuevo escenario para la continuidad de
este modelo de asentamiento. Como expresó el cronista López de Gómara, «quien
no poblare, no hará buena conquista, y no conquistando la tierra, no se
convertirá la gente: así que la máxima del conquistador ha de ser poblar».[ii]
[…]
La fundación de ciudades es, en este
contexto, esencial para la recreación de la sociedad de origen en los
territorios recién conquistados, y garantía de su ocupación permanente.
[…]
La relación entre conquistar y poblar es
esencial para comprender un aspecto más de la mentalidad propia de los
conquistadores: según ésta, ellos no crean colonias en el sentido que se suele
dar al término actualmente, sino que intentan ampliar la realidad peninsular
más allá de sus límites europeos, reflejándola en la medida de lo posible. Que
su esfuerzo haya sido transformado por la geografía y los pueblos que fueron
encontrados, y de manera particular según las circunstancias, es un hecho
innegable, pero también lo es que los conquistadores y primeros pobladores se
negaron a perder su condición jurídica en las nuevas tierras, a la vez que
exigieron para sus construcciones territoriales la misma categoría que las
peninsulares. Los conquistadores son pobladores, al igual que sus antecesores
durante la Reconquista. (Crespo, 2010,
págs. 128-130).
Poblar es, por lo tanto, fundamental
para la consolidación de la conquista territorial y la consecuente evangelización
de los indígenas; práctica sobre la que se sustentó la construcción del Imperio
español en las Indias y que, como se ve, hunde sus raíces en exitosas
concepciones medievales propias de la Reconquista española.
Pero poblar no puede limitarse a la
fundación de villas y ciudades. Todas ellas son parte de un todo, del que se
espera su funcionamiento conjunto y armonioso, mucho más significativo y
profundo que la mera relación colonias – metrópoli: estas villas y ciudades son
los centros de nuevos reinos, los reinos de Indias, sobre cuya base se crearán
audiencias y gobernaciones, tal como lo señala la Recopilación de leyes de los reynos de las Indias de 1680, en su
Libro Quinto, Título Primero.[iii]
En este mismo sentido, menciona Miguel Alonso Baquer, los conquistadores son,
en esencia, fundadores de nuevos reinos;[iv]
y esta diversidad de reinos y señoríos, presente tanto en América como en
Europa, es la esencia del carácter universal de la Monarquía Hispánica, que la
distingue radicalmente del resto de imperios europeos creados durante la Edad
Moderna.
Qué mejor ejemplo de este singular
espíritu que el mismo Escudo de Armas del emperador Carlos V, que conjuga
bellamente, en su multiplicidad de cuarteles, este afán unificador, mas no
uniformador, del ideal monárquico iniciado por sus abuelos, los Reyes
Católicos.
Muchas páginas se han dedicado a este
particular ser de la Monarquía Hispánica, a su intrínseca diversidad y anhelo
universal, como atestiguan los trabajos de prestigiosos hispanistas como John
H. Elliott, John Lynch o Hugh Thomas. Mas hoy, basta con decir que el ascenso y
preeminencia de ciertas ciudades sobre otras, no solamente indica su
importancia dentro del entramado imperial en todos los niveles. Son centros en
torno a los cuales se constituyen los mencionados reinos de Indias, raíz de las
entidades administrativas españolas y germen de los futuros Estados
hispanoamericanos, cuyo origen, pues, antes que deberse al pasado prehispánico,
se deriva del mencionado proceso de conquistar y poblar, proceso fundacional
por excelencia.
Es por ello que la conmemoración de
un aniversario, como el que el hoy nos ha reunido gratamente en esta casa, el
457 aniversario del otorgamiento del título de Muy Noble y Muy Leal a la ciudad de San Francisco de Quito, a
cumplirse la semana que viene, no es solamente el recuerdo de un reconocimiento
a la ciudad y sus vecinos, leales a su legítimo gobernante: es un hecho que
debe verse en el contexto del ascenso de la ciudad como la cabeza norte del
virreinato del Perú, capital audiencial y germen del futuro Ecuador.
El recuerdo de sus títulos y nobleza
no es patrimonio exclusivo de los quiteños. Mediante esta concesión, Quito sumó
a su escudo de armas un digno título, y así desde sus inicios se fue
configurando no solo la identidad y sentir de sus vecinos, sino de todos los
quitenses, blancos, mestizos e indígenas, antecesores de los ecuatorianos de
hoy. Hoy no solo recordamos el otorgamiento de un título, hoy nos reconocemos
en un aspecto más de nuestra identidad.
Muchas gracias.
Bibliografía
Alonso Baquer, M. (1992). Generación de la
conquista. Madrid: Mapfre.
Cieza de León, P. (1988). La crónica del Perú.
Lima: Peisa.
Crespo, E. D. (2010). Continuidades medievales en
la conquista de América. Barañáin: Eunsa.
Elliott, J. H. (2006). Imperios del mundo
atlántico. España y Gran Bretaña en América, 1492-1830. Madrid: Taurus.
González Suárez, F. (1969). Historia General de
la República del Ecuador. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana.
León Pinelo, A. d., & Solórzano Pereira, J. d.
(1681). Recopilación de leyes de los reynos de las Indias. (J. d.
Paredes, Ed.) Recuperado el 6 de Enero de 2013, de
http://www.congreso.gob.pe/ntley/LeyIndiaP.htm
López de Gómara, F. (1852). Primera parte de la
historia general de las Indias (Vol. XXII). Madrid: Biblioteca de autores
españoles.
Sánchez-Albornoz, N. (1984-1995). The population of
colonial Spanish America. En Varios, & L. Bethell (Ed.), The Cambridge
History of Latin America (Vol. II, pág. 18). Cambridge: Cambridge
University Press.
Traversari, P. P. (2007). El Escudo de Armas y
los Títulos de la ciudad de San Francisco del Quito. Estudio histórico
(edición facsimiliar). Quito: Municipio del Distrito Metropolitano de
Quito.
[i] Ver (Sánchez-Albornoz,
1984-1995, pág. 18). Citado por (Elliott, 2006, pág. 80).
[ii]
Ver
(López de Gómara, 1852, pág. 181). Citado por
(Elliott,
2006, pág. 52).
[iii]
El texto reza: “Para Mejor, y mas facil govierno de las Indias Occidentales
están divididos aquellos Reynos, y Señorios en Provincias mayores, y menores,
señalando las mayores, que incluyen otras muchas, por distritos á nuestras
Audiencias Reales: proveyendo en las menores Governadores particulares, que por
estar mas distantes de las Audiencias, las rijan, y goviernen en paz, y
justicia.
(León Pinelo & Solórzano Pereira, 1681).
[iv]
Ver
(Alonso Baquer, 1992, págs. 11-14).